Ahora ve películas de hace más de treinta años y se pinta los ojos igual que aquella chica que le hablaba de Faulkner a un tipo que quería largarse con ella a Roma. Le gustan las luces de neón de las ciudades con bares que no cierran. A veces le dan ganas de coger una y ponérsela alrededor la cintura o en lo alto de la cabecera de la cama.
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