martes

Por si acaso.

Debería quitar las pelusas de debajo de la cama más a menudo
ordenar los zapatos, tirar algunos
esconder los apuntes antiguos en una estantería
comprar libros nuevos
sacar la botella de vodka del armario
mirar mucho a los ojos
aprender a hablar no sólo mentalmente en francés
regalar todos los gorros de lana
encontrar mi otra taza favorita
comprar una funda de flores más
Debería quejarme menos
saber seguro que me encanta el mundo, incluso cuando no me gusta
cantar más alto, quitarme el frío, tocar el mar
Quedarme mucho y muy bonito sin respiración.
De repente me apetece caminar por una espalda o por la Luna.

lunes

Mamá, no quiero ir al colegio.

Qué torcido últimamente. Qué torcido escribo en mi cuaderno y qué torcido pienso en mi cabeza.
No me dejes torcerme, no me dejes. Déjame.
Que me dejes.

martes

Cosas que me gustan #1

El color azul. Comer puré cuando hace frío. Las bufandas de lana. Coleccionar pañuelos que no uso. El lado de la ventana. Mirar terrazas al pasear. Las ciudades grandes, las ciudades en general. El tío Wiggily en Connecticut. Seymour Glass. Gene Kelly. Holly Golightly. El olor de los lápices de colores. Las estampas japonesas. No saber nadar a crowl. Sexy Sadie, Billy 4, el Andante de la Sonata para flauta en mi menor de Bach. Que me vengan a visitar. Dormir con calcetines. Los macarrones de mi padre al horno.

lunes

También el otoño es bonito por esto.

A veces me pasa que no sé cómo empezar a escribir, y entonces escribo que no sé, y las palabras empiezan a agolparse en mi cabeza, y quiero decir tanto, tan deprisa, que se me pierde la mitad porque mi mano no es tan rápida.

A veces, una película es más bien ñoña pero se termina llorando un poco, y además se quiere que a una le arranquen la ropa con la boca (o con lo que sea) y que luego se la cosan, o lo que sea, o no. Y sólo por una escena tonta.

A veces es lunes y, por la mañana, madrugas y te llevan en coche, y hay nubes y sol en la carretera y encuentras una acera en Madrid donde cuatro tiendas seguidas están vacías. Descubres un bar en la esquina de una calle que se llama como la calle en la que vives en otra ciudad, la ciudad que tiene el mismo nombre que el bar de la esquina de esa calle. Te das cuenta un lunes cualquiera, aunque llevas pasando por ahí desde que el mundo es mundo para ti, incluso antes, y a lo mejor por eso no te habías fijado.

Es lunes y no recibes una llamada que no esperabas, y paseas te da igual cómo, hasta un gimnasio por primera vez, y resulta que estirar la pierna no se te da tan mal pero tienes peor equilibrio del que pensabas.

No sé, a veces te acuerdas de las formas del desierto desde arriba, te acuerdas de las formas de un cuerpo, y te da por comparar. No has visto el desierto desde arriba, pero has visto el desierto desde el desierto. La arena está igual de suave que la piel, y además se ven todas las estrellas. Eso también ocurre desde una espalda. Y entonces, qué bonito, piensas, qué bonito todo a pesar de todo, cualquier cosa.

A veces también pasa que pasa tanto por tu mente que no da tiempo a escribir a tanta distancia y es mejor poner un punto.

martes

Debate electoral.

Los candidatos siguen produciendo
grandes conclusiones de burbujeante saliva,
pero el cosmos estrellado
aún se muetras como es
y eso sí me parece bien
y sobre todo,
bonito.



(Buenos días, Don Pletórico, Paco Bello.)

viernes

Yo que creía que podía morirme de amor y resulta que sólo puede uno morirse de hambre y de dos o tres cosas más sin importancia.

viernes

Mi segundo vaquero favorito se ha ido. Tiene mucho trabajo y creo que un poco de miedo. Yo prefiero pensar que ha sido que, yendo hacia el Oeste, con el sol de cara, eligió la ruta que no era. Esas carreteras infinitas, tan llenas de cadáveres y de nada, a veces son traicioneras. Lo mismo ha encontrado indios.
Mi segundo vaquero favorito en realidad es un disparalatas, pero cuenta muy bien las historias. Y además es el primer vaquero que me ha besado.

domingo

mi nuevo plan.

Como hacía tiempo que no pasaba una resaca tan sola, me he puesto a pensar. Y me ha dado miedo haberme convertido en una persona de esas que dan abrazos sin prestar atención. Los abrazos son una cosa muy importante. El caso es que me da miedo ser de esa clase de persona que no pega hasta el último milímetro del cuerpo al cuerpo de la persona a la que abraza. De las que no aprietan. Así que me he propuesto empezar a abrazar bien y punto. Y a dejar que me abracen.
Como ha llovido y huele bien, he dejado abierta la ventana, a ver si cojo un poco de frío. Así de paso oigo a los grillos. Y también a la rana del estanque del parque de enfrente, que se pone a hablar todas las noches. También tengo un mirlo en el jardín, y un nogal con nueces, y se me están secando las plantas de la entrada porque siempre voy con prisas y se me pasa. Voy con prisas y por la noche no consigo dormirme. Es este verano raro que no me deja pensar en cosas serias. Sólo pienso: tengo hambre de tarta de queso, necesito ver un rato el mar, quiero un duelo, un incendio y un café contigo. Yo preparo el incendio, tú busca el paisaje para la conversación.

Lo que pienso, lo de la lluvia, lo de la rana, lo del jardín, lo del duelo y el incendio y la conversación y las prisas, es todo una excusa para hablar un poco de ti sin que se note. Toda una excusa.

miércoles

take off that dress for me.


Si yo tuviera unas tetas como la churri de Micah, también me haría fotos de portada, no os lo voy a negar, pero aún me falta. Me falta un gato, poder pagarme los taxis los sábados y luego ya si eso. Aunque, bueno, también me falta un revólver, y pensándolo bien, prefiero pagarme un revólver que unas tetas. Pero, ay, cómo me gusta esta foto.

Me despierto pensando en el mar.



He dormido tres horas y me despierto pensando en el mar. Y en esa relación amor-odio que tengo con él. Desde aquí puedo verlo, me lo sé de memoria. Creo firmemente que casi todo lo que existe, existe por el mar. Las rocas, los cangrejos, los paseos infinitos. La tierra, sobre todo esta, existe por el mar.

Esta tierra que está por todas partes, siempre interpuesta entre alguien y alguien. Aunque es precisamente la que hace que se te acelere el corazón un julio cualquiera cuando ves aparecer esa franja azul en el horizonte. Esa línea que te dice que hay verano de sobra, siempre, para todo. Y más cuando te escapas una mañana cualquiera, sin planear nada.

Siempre hay días largos y noches bonitas, y otras no tanto, y qué. Tampoco sé por qué hoy me he despertado pensando en el mar.

martes


Si me escapara de verdad, sería para llegar a algún desierto.

domingo

¿Pero quién quiere que se pare el mundo para bajarse? Yo quiero que gire a toda velocidad, marearme de vivir.

martes

Lo mejor de cuando yo terminé Selectividad es que cruzando la carretera estaba el río. Y tres días después, cruzando unos kilómetros, el mar. Aunque yo prefiero una ciudad sin mar, para poder echarlo de menos. Me gustan las ciudades con el río muy cerca, al cruzar la carretera. Si has probado una ciudad con río, luego ya tienes que volver algún día del resto de tu vida, es obligatorio. Porque se toma el sol encima de las piedras, como las lagartijas, y el agua te corta la respiración y te deja los dedos morados, y eso, al final, es adictivo.

Si vives en una ciudad con río, no faltan las escapadas a las 6 de la mañana, ni las cervezas de cualquier noche de martes a la orilla. Al final eso es lo que te hace recordar todos los veranos. En las ciudades con río, tienes que atreverte a saltar desde una roca, y al final siempre te atreves. También hay cangrejos.

Prefiero una ciudad con río, esa ciudad con río, que una con mar.
Al soñar se ve exactamente como se ve. Al despertar se ve por intuición, porque se sienten girar con el mundo las cosas.

domingo

Ser un instante.


La certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se existe por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el contraste. Lo demás es la nada.


(Rafael Guillén)

viernes

Desde donde miro.













Desde donde miro, un hombre pasea a un perro. El perro olisquea inquieto a su alrededor, como esperando entender qué es lo que ocurre. El hombre lo sabe de sobra, y por eso anda tranquilo.

Desde el domingo veo gente, mucha gente que se mueve sin parar. No les conozco y les conozco: nos hemos rozado entre pancartas y sol. En tardes y noches, durante días.
He visto gente de todas las edades, he visto crestas, aros en cada parte del cuerpo, he visto carritos de bebé y amas de casa. Faldas, pantalones, chupas de cuero, botas, deportivas, zapatos. Móviles levantados por encima de la multitud, cámaras captando lo que veían los ojos. Andamios usados para hacer llegar mensajes, más alto, más lejos. Abrazos, gritos, besos, sonrisas, caras de enfado, de incredulidad, manos levantadas, gente parada, corriendo, de pie.

El domingo llegué manifestándome hasta Sol, pero el martes, por fin pude quedarme por la noche, en la plaza. Iba con intención de estar poco, pararme un rato, observar, interesarme por lo que había pasado con los antidisturbios, y ver cómo seguía todo. Ni siquiera aguanté sentada cinco minutos. La gente se reunía en círculos, hablaba, discutía, todo estaba en plena ebullición. Quemaba. Todo era un constante ir y venir para conseguir un poco de organización. Primero pequeñas asambleas, luego más grandes. Algunos miraban sin pestañear, como no queriendo dejar escapar ni un segundo de nada. Se escuchaba y se pedía la palabra. La palabra, joder, por fin desenterrada.

Y de repente habían pasado tres horas y era de madrugada, y yo, sin darme casi cuenta, formaba parte de una de esas comisiones, organizada en una esquina de la plaza, debatiendo y discutiendo cómo hacer llegar el mensaje a más gente. Después fueron las cuatro, y las cinco, pero nadie callaba. Tres horas y media más tarde, yo estaba en la Universidad yendo clase por clase, contando lo que había vivido la madrugada anterior. Los profesores sonreían, como diciendo, “por fin”, había mucha gente interesada en saber. Esa noche de miércoles, éramos muchos más en la plaza. Llovía en la Puerta del Sol, pero nadie se movió. Manos y más manos ayudaban a sujetar cuerdas que entre todos habían conseguido, para colocar lonas; todos ayudaban a poner cartones, a recoger basura. Los paraguas se amontonaban sin desaparecer. Yo no podía pensar en mi examen, ¡cómo iba a pensar! Con lo bonito que era poder rozar las intenciones de toda esa gente.

He visto a los medios de comunicación callar hasta que ya era insostenible mantener el silencio, o, en su defecto, disfrazarlo todo. Pero, si algo sabe nuestra generación, es, precisamente, cómo utilizar herramientas de comunicación inmediata. En eso llevamos ventaja. He visto surgir un movimiento hecho de hashtags y mensajes que caben en 140 caracteres, en vez de en octavillas. He visto fotografías digitales que llegaban en un segundo a miles de personas, al mundo. También he visto pancartas escritas a mano, niño, padres, abuelos, dibujando en ellas: mensajes de indignación y de esperanza. Mensajes razonables, mensajes necesarios, mensajes imprescindibles, mensajes utópicos, mensajes discutibles, pero mensajes, al fin y al cabo, lanzados al aire para ser escuchados y tenidos en cuenta. He seguido, a través de internet, el eco que se ha hecho esta protesta en el resto del mundo, y se me han puesto los pelos de punta al leer sobre tantas y tantas movilizaciones. Después, he oído tonterías acerca de etiquetas que pretendían definir todo lo que se puede decir de una persona, salidas de la boca de gente que no estaba viviéndolo. He sentido rabia e impotencia al darme cuenta de lo difícil que resulta ponerse de acuerdo en cosas verdaderamente importantes, aunque se esté luchando desde el mismo bando. Y qué. He visto escuchar y respetar unas y otras opiniones, debatir, razonar.

Desde siempre nos han dicho que no tenemos nada que hacer, que no sabemos, que no hay derecho a manifestar nuestra opinión sobre algo que no hemos vivido, sobre lo que nos contaban que habían hecho otros. A nosotros todo nos lo han dado, para qué protestar. Y, nosotros, por desgracia, nos lo hemos creído, y nos hemos acomodado, dejando que nada sucediera. Llevamos tiempo mirando al pasado con la nostalgia y la tranquilidad que da el no haber vivido lo que otros sí. Pero era cuestión de tiempo que despertásemos, teníamos las ganas acumuladas.

Que qué sabremos, dicen, y se atreven a escupir etiquetas al aire, que nos definan y clasifiquen, como si así nos metieran dentro de un redil del que no se sale. Las etiquetas resultan demasiado simples cuando se trata de hablar sobre todo lo que abarca una persona. Hay quien no quiere entender que en eso, precisamente, reside todo esto: algo sin etiquetas, algo que sale de un sitio más profundo y más amplio que una estrecha clasificación que define a un grupo. No quieren entender que, a veces, las etiquetas fallan. Y entonces, ¡qué miedo!

Se me mezclan las horas desde el domingo. Desde donde miro, veo temblar a mucha gente, pero no están asustados. Todo lo contrario. Lo observo desde aquí, y se me revuelve todo. Mi cabeza salta de domingo a miércoles, de miércoles a lunes, de lunes a…Qué más da. A la vez todo está muy claro. Porque sé lo que quiero, lo que queremos. Un cambio. Es cierto que no sabemos en qué quedará todo esto, pero soy de la opinión de que, sólo con que algo ocurra, ya cuenta.

No sé si vosotros lo notáis. Es una cosa que pone la piel de gallina, se mire desde donde se mire. Sabe a algo.

Que qué sabremos nosotros, nos decían. Que qué sabremos, nos dicen. Bueno. Sabed que sabemos mantener los ojos abiertos para mirar el mundo.

¿La revolución? No sé si es la revolución. Desde donde yo miro, la verdad, se le parece un poco.


jueves

M.

No había dragones al final del mapa. Había mundo.

lunes

Lo siento, vaquero, ser más valiente no detiene las balas.

sábado

correr una aventura.


A veces ocurre que te acuestas de día y duermes poco. Comes con ganas, recuerdas la noche anterior entre risas, riegas las plantas. Ves una película que ya habías visto y encima es regular, pero esta vez te encanta. Fuera huele a viento y a tormenta: llueve. Lo que te recuerda que a los ocho años tenías una canción favorita de los Beatles, y que escuchabas American Pie en una cassette censurada con un pitido justo en la frase donde dice “Los tres hombres que más admiro: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Quién entiende nada.

A veces te pasa que dormir poco no está tan mal, porque da tiempo a soñar de todas formas. Entonces sabes que has vuelto a hacerlo: correr una aventura.

martes

Paso de hombres del montón. Yo quiero un pirata, un gladiador, un mafioso, un vaquero, un poeta.
Puedo esperar lo que haga falta.

Esto tenía que ser privado pero por ti cometo yo una locura.


Fíjate como estará el patio que llevo un rato pensando con qué rimar Bananuca; he pensado que con holuca, en plan, HOLUCA, BANANUCA, pero claro, es algo que no funciona muy bien. Así que lo dejaré en HOLA, GOGOLA, porque ahora que estás en Francia pues me puedo permitir el lujo. Lujo que tú también te puedes permitir. Lo que con esto quiero decir, es que cuando vuelvas a España vuelvas a ser Banana. Bueno, a ver, lo que en realidad quiero decir, es que felicidades, muchas, que llenes tus años de bananalidades, muchas, muchos años, todas las que puedas. Que me parece que para eso están los años, cumplirlos, no sé, eso me han contado. Tampoco hay que hacer demasiado caso. Hay que hacer lo que a uno le de la gana. Y mira, eso, el día de tu cumple, te lo debes conceder.


Muchas felicidades y un beso, caraculo :)
Nos vemos por algún lugar del mundo.

domingo

No te entretengas por el camino.

Ha salido Barbara Stanwyck de la pantalla para decirme que mira, que te dejes besar y punto, que si luego te pegan un tiro pues bueno.

sábado

Amsterdam. (9/03/10 )

Sé de sobra que no has pisado desiertos de arena con el cielo lleno de estrellas. Y que no conoces cada esquina de la ciudad de la que vuelvo. No sabes que, al anochecer, se encienden todas las luces y entonces se te olvida de golpe lo que habías ido a buscar. Que al fin y al cabo era nada y da igual. Te describiría si me dejaras lo que se ve desde la ventana de una habitación que probablemente nunca vuelva a pisar. Y cómo sabe un chocolate caliente y una tostada en un café con vistas al río. Si miras bien ves como el cielo en los charcos se refleja de forma distinta.
Llévame en bicicleta un otoño, entre los raíles del tranvía.

domingo

Vivre sa vie.

Un amor de película de Godard, con Jean-Paul Belmondo fumando impasible y algún asesinato.
Y poesía.
Que parezca real, no de cine.

viernes

Como si fueras cierto.

Sólo me enamoro de personajes de ficción. La culpa es tuya.

miércoles

Tú lo sabes de sobra. No importa cuantas luces apagues para sentir qué cuerpos. Lo malo es lo contrario, no sentir. O no querer sentir, que es peor. Y me dirás - los besos no saben a lo mismo-. Pero saben bien, que es lo que importa.
Es la historia del que va hacia cualquier sitio sin que importe el dónde. De todas formas ya lo dijeron antes que yo: Dos personas que saben que se mienten, nunca se hacen daño.
Así que deja que apaguemos la luz las veces que queramos, déjate convencer. Si estamos aquí es porque sentimos, y despertarse por la mañana da igual si es contigo o con cualquiera.

lunes

Rumania 1975.


(Cartier-Bresson)

Te encanta el tren. Podrías ir a cualquier sitio de cualquier otra forma, pero prefieres el tren. De pequeña te enfadabas cuando no podías coger el lado de la ventana. Ese movimiento, esa sensación, los postes de la luz, el paisaje desde el vagón. No hablar. No es necesario hablar en un tren. Disfruta del vértigo del viaje. Te vas, os vais. Sin maletas, sin lazos. Qué sueño.

Estás aquí, desde siempre.

Te huele tan bien el pelo, últimamente estás preciosa y no sé cómo decírtelo.

Estás aquí, estás aquí, estás aquí. Pero tenemos que arreglar algo. Cómo te escapas con
el tiempo.

Que no se acabe nunca el viaje.

Me encanta estar así, me hace temblar.


Es curioso, te has pasado la mitad de tu vida buscando nada. Ahora prefieres dejarte llevar. Las cosquillas. El vértigo. Que te abrace un poco más, estás aquí, tiemblas. Hace calor. Un ligero accidente de vez en cuando. Y cosquillas. Cómo te vas con el tiempo. Estaciones, postes de la luz.

domingo

Estoy haciendo un mapa de mi futuro.

Con tesoro incluído.

Te gustan las películas que terminan bien.


Te gustan los domingos. Hace cinco años querías odiarlos con todas tus fuerzas, y todo porque lo decía una canción. Qué tonta, ni siquiera te sale odiar un domingo al mes. La película de hoy te ha gustado porque no terminaban juntos. Pero terminaba bien. Te gustan las películas que terminan bien, y te gustan los domingos. No lo puedes evitar.

sábado

No hay noche de sábado que no le pase.

Se enamora con todas sus fuerzas, como una ráfaga de aire que te despeina de golpe, como el volcán en erupción de su libro de geografía, como si sólo existiera esa noche en el universo. Luego, el domingo, se le olvida.

martes

historia circular de amigos que se besan.

Acordaron no volver a verse y no lo cumplieron. Al final, como todo lo que se habían dicho siempre, eso también fue un decir.

domingo

te vale.

Estás aquí, justo donde quieres. Te duele la cabeza, hace frío y te han gastado una broma sin gracia. Y qué. Ayer te reíste como si la noche no fuera a terminar nunca y ahora tienes ganas de saltar. Toda la ropa huele a humo, estuviste muy cerca de la chimenea. Te encanta acercarte hasta que quema. A él también. Por eso habéis dormido tan juntos. Tan cerca que no entiendes cómo no habéis salido ardiendo.
Qué más da.

Vas a seguir sonriendo todo el día.

sábado

recitando a Petrarca.

Cuando te quedas muda
y decides regalarme París,
comprar la torre Eiffel para tender mi ropa
si acaso me desnudas y no llueve.
Cuando insistes
en bordar las Meninas de Picasso
sobre todas las sábanas de Washington,
o viajar hasta Roma como quien busca un circo,
como quien pisa tierra después de muchos años
y a conciencia es feliz y es borracho.
Cuando me hablas de amor
o gritas que no importan la luz ni los relojes,
que es de noche y no piensas levantarte;
entonces
yo digo que estás loca y me respondes
recitando a Petrarca de memoria.


(Luis García Montero)

jueves

Hay días en los que la primavera de repente llega un 10 de febrero. ¿lo notas? como si en un segundo fueras capaz de tocarlo todo, de alcanzarlo. Con la misma sensación que a los 9 años, cuando en la feria saltabas en las camas elásticas. Ese segundo flotante en el que sientes las luces de la montaña rusa parpadeando, y la musica de los coches de choque. Y el olor a algodón de azúcar y a patatas fritas. Ese momento, ese segundo que se detiene para siempre. Lo sabes porque aún lo notas cuando pasas andando entre los puestos de la feria.

Mírate, ahora tienes un momento así pero de otra forma, un 10 de febrero con las ventanas abiertas de par en par.

miércoles

Te diría lo que hay aunque luego tuviera que salir corriendo para no escuchar si contestas que sí o que no o que no sabes. Porque yo tampoco sé.

lunes

Ya no habla de lo mismo.

Ahora ve películas de hace más de treinta años y se pinta los ojos igual que aquella chica que le hablaba de Faulkner a un tipo que quería largarse con ella a Roma. Le gustan las luces de neón de las ciudades con bares que no cierran. A veces le dan ganas de coger una y ponérsela alrededor la cintura o en lo alto de la cabecera de la cama.

domingo


Tengo una obsesión rara con las ciudades. O, más que con ellas, con su nombre. Hay ciudades que suenan a película, como Roma, y otras a historia de amor, como París. Sólo pensar en Madrid me suena a esa canción. En la mayoría, si sabes mirar y buscas bien, a lo mejor encuentras el rincón perfecto para soñar un rato. Hay ciudades que caben en cualquier habitación de cualquier otra ciudad y no se terminan nunca. Y cuanto más te repites su nombre, más ganas te entran de inventarte como son, aunque no las hayas visto nunca. A veces, cuando vuelves a esas ciudades no reconoces nada de lo que te habías imaginado. Y otras es todo tan parecido que te dan ganas de quedarte a vivir para siempre en la película o canción a la que suenan.