lunes

El tiempo es una mariposa.

Al final, supongo, de los años, se recuerda lo importante.

Que te sentabas todas las tardes de invierno en la ventana de la estación de tren de una ciudad pequeña a comer pipas y hablar del amor de tu vida de los trece años. Que tienes una postal del París de tu cuadro preferido. Que una tarde de lluvia conociste al chico con la nariz más bonita del mundo en unas escaleras y te habló de una canción que todavía puedes cantar de memoria. Te acuerdas del viaje que hiciste un verano y mil, juntas, sin parar de reir. De los años recuerdas saltarte las clases de tercero para irte a un café a jugar a las cartas y escribir su nombre por las paredes, del chico al que besaste de verdad por primera vez y al resto que has besado de verdad o de mentira. De los besos siempre te acuerdas mucho, de muchos. De tomar el sol al sol, en lo alto de un parque cuando había cosas mucho más importantes que hacer pero sólo hacías eso. También recuerdas haberte echado vaselina en los labios y luego haber besado las ventanas de tu clase de bachillerato, besos que se quedaron allí hasta llegar la Navidad. Alguien te hace un sitio en su cuaderno una noche después de beber vino, y tú lo recuerdas. Recuerdas también que alguien te quería cuando tú no, y que tú siempre querías cuando a ti no te hacían ni caso. Algún verano te traspasa la piel y ya lo recuerdas para siempre. Te acuerdas de una playa que es la playa de la puesta de sol más bonita que has visto. Además una vez miraste las estrellas tumbada en el desierto. Ámsterdam, Cádiz, Barcelona, Donosti, Bilbao, Murcia, Londres, Hereford, Scarborough, Galway, Marrakech, Túnez, Lisboa, Andorra, Milán, Pisa, Venecia, Cuenca. Madrid. Recuerdas una noche por Madrid; en realidad recuerdas muchas noches por Madrid porque si algo tiene Madrid son noches de las que acordarse. Te acuerdas de los motes graciosos de todos los profesores del instituto, de las tardes de viernes tocando a Bach. De cómo sabían las tardes de té en la residencia nada más empezar la carrera y de cómo supo el té desde entonces. Todavía sabes cómo se sentía el alcohol antes de ser mayor de edad, recuerdas la broma tan pesada y tan bonita de tener quince años. También recuerdas una conversación mágica o una canción en francés de la que nunca supiste la letra porque en vez de mirar la pared donde estaba escrita, le mirabas a él. Te acuerdas de muchas cosas, de tantas cosas.

De los años, te acuerdas de las cosas tontas -la noche que dormísteis todas en un parque y os despertó la banda de música-, de las cosas buenas -vuestro rincón de todos los veranos o las horas que tuviste su jersey en casa y olía bien-: las cosas importantes.


Que sigan pasando siempre cosas bonitas.

Feliz todos los años que viene.

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